Discurso de la Dra. Oliva López Arellano, Centenario luctuoso Dr. Liceaga
Evento por el Centenario luctuoso del Dr. Eduardo Licega.
Honorable presídium, invitados y asistentes:
Hoy conmemoramos el centenario del fallecimiento del eminente médico mexicano Eduardo Liceaga. México y nuestra capital de la República mexicana le debemos mucho a tan destacado sanitarista. En honor a su memoria brindamos este pequeño, pero sentido homenaje, a su destacada obra. Quizá el mayor legado del Dr. Liceaga sea el haber entendido el papel crucial que juegan los determinantes sociales en generar ambientes saludables y, por tanto, salud. En sus memorias, Mis recuerdos de otros tiempos, da cuenta de la importante función que desempeñan las condiciones sociales en la salud de las personas y el bienestar de los pueblos. Su trabajo de promotor del desarrollo de los servicios públicos, como agua potable y drenaje, y de muy diversas medidas sanitarias y de vacunación, así lo acreditan. Hacia finales del siglo XIX, la Ciudad de México padecía epidemias y muertes por enfermedades infectocontagiosas ocasionadas por el estancamiento de aguas residuales y escasez de agua potable.
Al Dr. Liceaga se debe la reactivación y conclusión de las obras de desagüe del Valle de México. También logró proveer agua potable a los capitalinos de los manantiales de Xochimilco. Una de sus mayores contribuciones fue establecer las bases para el desarrollo de la Ciudad de México: instituyó los requisitos para crear nuevas colonias. A partir de sus gestiones sólo se permitió fundar centros habitacionales si contaban con agua, drenaje, luz, espacios para jardines y para arbolado de calles.
A partir de entonces, se creó una ley que regulaba y reglamentaba el desarrollo urbanístico de nuestra capital. Entendió que el diseño de la ciudad debe estar en línea con el propósito superior de generar salud para sus habitantes, que es la base del bienestar y del desarrollo de los pueblos. Por vez primera en México se comprendió que la salud es determinada por las condiciones sociales en las que viven las personas en sus comunidades. El trazo de toda ciudad, nos revela Liceaga, pasa por la salud. De modo que al ubicar a la persona en el centro de las políticas públicas es precursor de la visión humanista cuyo punto de partida son los derechos humanos. Fue un visionario. La Ciudad de México hoy ha hecho suya esta filosofía: la perspectiva de derechos humanos es la base de la Constitución local, fundamento que inspira y guía el gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum, del que orgullosamente soy parte.
Su obra como sanitarista también se ocupó de la prevención de las enfermedades, al establecer las bases para desarrollar el primer Código Sanitario de México y generalizar la vacunación para enfrentar enfermedades endémicas. Tal es el caso de la fiebre amarilla que afectaba a las personas en las zonas costeras. El exitoso control de esta enfermedad en nuestro país, a inicios del siglo XX, le permitió ser vicepresidente del primer consejo directivo de la Oficina Sanitaria Internacional, que más tarde sería la Organización Panamericana de la Salud.
Hombre comprometido con el país y con su profesión de médico y sanitarista, introdujo la vacuna antirrábica a México. La historia da cuenta que visitó a Francia en el año en que fue fundado el Instituto Pasteur. Y gracias a la amistad que estableció con los doctores Émile Roux y Louis Pasteur le donaron un cerebro de conejo inoculado con rabia, el cual trajo al país y sirvió para producir la vacuna antirrábica, aplicada por vez primera en México el 18 de abril de 1888. Su experiencia y conocimientos fueron cruciales para combatir eficazmente -mediante el control de las plagas- la epidemia del tifo en 1886 y la epidemia de peste bubónica en Mazatlán (1902).
El Dr. Liceaga fue precursor del desarrollo del sistema de salud público. Formó una sociedad para atender los problemas médicos y quirúrgicos de los niños pobres. Para tan noble tarea, destinó los honorarios mensuales que recibía como director del Hospital General de México a la adquisición de equipos quirúrgicos. Y con un grupo de amigos fundó la Sociedad Familiar de Medicina.
Su calidad humana se muestra no solo en el trato cálido con sus pacientes, sino también con sus colegas de profesión. En la Sociedad Familiar de Medicina estableció como norma la discusión franca y abierta de los casos médicos, pero la norma era el respeto y la comprensión. El canon de la sociedad fue la ayuda mutua de sus miembros. Sus visitas a Europa y a Estados Unidos, le ayudaron a concebir el diseño y la operación del Hospital General de México y sus 13 especialidades, que inauguró el 5 de febrero de 1905. Y fue su primer director.
Dicha institución hospitalaria fue concebida como un conjunto de hospitales de especialidades, instalados en un mismo terreno y bajo una dirección común. Este tipo de organización concibe a la especialización como fruto de la complejidad del cuerpo humano. Divide el trabajo en aras de un mejor servicio pero no olvida la integralidad del cuerpo humano y la pertenencia de la persona a la comunidad.
En el discurso inaugural del hospital, que dirigió a la comunidad médica, sobresale su postura humanista en oposición al mecanicismo dominante. Dijo: “Señores: no vais a recibir un edificio nuevo sino una Institución; tendréis el deber no sólo de conservarla, sino de perfeccionarla; ella os proporcionará la ocasión de hacer el bien a vuestros semejantes, no sólo con el auxilio de vuestra ciencia, sino con la dulzura de vuestras maneras, la compasión por sus sufrimientos y las palabras de consuelo de espíritu”.
Liceaga entendía que escuchar y comprender a quienes acudían a consulta es fundamental para sanar a las personas. Es pertinente recordar tales enseñanzas de este sanitarista ejemplar, hoy que buena parte de la práctica médica es mecánica y despersonalizada. Ver al hombre como máquina, deshumanizarlo, explica el origen de la medicalización y los elevados costos de la medicina: el altar de ganancias como único fin.
En los gobiernos de México y de la Ciudad de México estamos empeñados a recuperar el sentido humanista y holístico de la enseñanza y la práctica de la medicina. La universalidad y gratuidad de los servicios públicos son parte de esta transformación. Los descubrimientos científicos ayudan a comprender que no pueden ni deben disociarse las condiciones sociales de las causas de la enfermedad.
Su legado nos invita a dejar atrás el mecanicismo que descompone al hombre en piezas y el enfoque en los síntomas, para entender el origen y la complejidad de la salud de los colectivos.
La historia es una gran maestra que nos enseña otra forma de entender y concebir al mundo y, en el caso que nos ocupa, del proceso salud-enfermedad. Es, por tanto, de enorme valía recuperar las enseñanzas y el ejemplo del Dr. Eduardo Liceaga, a quien rindo mi tributo en su centenario luctuoso.
Muchas gracias.
Dra. Oliva López Arellano, Secretaria de Salud de la Ciudad de México Ciudad de México. 14 de enero de 2020.